Kante
Al salir de la oficina, luego de una poco concurrida y humilde ceremonia, se detuvo en una esquina del predio del Leicester City, su nuevo club, y aguardó tranquilo por el automóvil que lo llevaría de regreso a su hotel. En ese mismo momento, un funcionario pasó justo por ahí mismo y al verlo, le preguntó: “Muchacho, ¿esperas por tus padres?”. Nadie lo conocía y fácil era confundirlo con un adolescente de las divisiones menores debido a su baja estatura, complexión delgada y esos aires sencillos, con las manos en los bolsillos y risa casual, que llevaba natural. Una idea similar, aunque oscureciendo el panorama de su futuro, tuvieron muchos clubes de Francia, algunos años antes, cada vez que se le había presentado alguna posibilidad y sin divismos iba a probarse. La sentencia no variaba y poco importaba si en el campo de juego lo había hecho bien: “Eres muy pequeño, necesitamos volantes más fuertes”. Esta vez, eso sí, la circunstancia era otra, ya que acababa de firmar el contrato más importante de su carrera. Miró al funcionario y amablemente le contestó: “Sí, mis padres ya vienen...”.
Algunos años antes de aquella escena en Leicester, ese mismo futbolista deambulaba por la tercera división del fútbol francés, en el modestísimo Boulogne. Cuentan que la rompía toda, que no se cansaba nunca, que era un maldito animal. ¡¡Pero es tan pequeño!!, se quejaban muchos de los agentes y directivos. N'golo, ese era su nombre, no presentaba el biotipo del negocio. Sin embargo, dentro de las distintas injusticias que trama el mundo, en la cancha a veces la mierda pasa de lado. En realidad, N'golo fue el que dejó esa mierda en nada al seguir yendo sagradamente a cada partido que hubo. ¿Por qué lo hacía? Probablemente por tres grandes motivos: el primero, por esencia personal: jugar a la pelota, o correr detrás de ella, era su modo de sentir que la realidad no estaba quieta, pues quieta aparecía el hambre y ya desde los siete años, persiguiendo basura en los suburbios de París, supo que quieto no se quedaría. Odiaba tanto a la fatiga, ¡la odiaba tanto! El segundo motivo nace con la muerte de su padre: a los once años decide hacerse responsable, junto a su madre, de sus hermanos menores y debió dejar la infancia. Quizás por eso el destino, ese maldito ladrón de anhelos, lo quiso así de aspecto, pequeñito, como un niño. Ahora bien, por más inocente que fuera su semblante, N'golo era un muchacho serio que trabajaba para su familia, para el equipo,y eso sostenía un espíritu recio y aguerrido. Finalmente, en tercer lugar, porque sus ambiciones no iban más allá de la tranquilidad de tener un plato de comida para todos en la casa y las cuentas al día, ¡por favor tener las cuentas al día! Tan solo de eso se trataba.
No obstante, sus actuaciones daban mucho que hablar. El enano aparecía por todos lados, robaba balones y siempre estaba corriendo...¡el desgraciado siempre estaba corriendo! Fue así como el Caen de la segunda división de Francia contrató sus servicios. El resultado, una vez más, sería espectacular: sus desplazamientos parecían leer premeditadamente las acciones del rival, como si le sobrara un par de categorías y un par de segundos, y jamás se cansaba o no se notaba, que al caso es lo mismo. Los ágiles veedores del Real Madrid lo detectaron y lo presentaron como una seria opción de compra: “Este puede ser el próximo Makelele y vale una ganga”, fue el discurso para convencer a Florentino Pérez. La operación fue rechazada por tratarse de un jugador desconocido. El destino, ese maldito ladrón de anhelos, una vez más haciendo de las suyas, consolidando lo corriente.
Del Caen no pasó al gigante Real Madrid, pero sí al Leicester y la oportunidad de jugar en la Premier League. Once meses después de haber firmado por el club inglés, fue campeón siendo pilar de un milagro, junto a Mharez, Vardy, Schemeichel, Ranieri y los demás. El mismo funcionario que no supo quién era fue el que más lo lloró al verlo partir al Chelsea. Y en el Chelsea, nuevamente, fue eslabón esencial para conseguir otro título y ser considerado como el mejor jugador de la liga por parte de sus colegas.
Su vida parece haber cambiado demasiado en un lapso tan breve. Hace poco estaba en un supermercado de Londres y compró una botella de vino. Al llegar a la caja la señora que atendía lo miró mucho tiempo y él, sin pensarlo, abrió su billetera, sacó su carnet y le dijo riendo: “Tengo 26 años”. Seguramente a la señora solo se le hacía familiar su rostro, pero para N’golo Kante esto de ser conocido es algo demasiado reciente, y algo que poco le importa, pues, fue a punta de anhelos robados, corriendo como un niño, desviando la corriente, trabajando como un desconocido, que llegó donde llegó: a la final de la copa del mundo. Eso sí que es pagar cuentas. #BB